sábado, 5 de febrero de 2011

007.2** ON & ON - ARTE EFÍMERO - La Casa Encendida - Madrid




Dicen los comisarios de esta muestra, una de las muchas variantes con que se nos presenta el llamado “arte conceptual”, que en ella: “Entramos en contacto con nuestras sensaciones y con nuestra memoria. Observamos también el proceso de transformación constante que rodea a las obras y, como nuestra experiencia no será la misma si volvemos mañana: las velas estarán algo derretidas, los pájaros se posarán sobre otra cuerda, la lluvia que caía sobre Nueva York empezará a secarse y el piano tendrá otro sonido,…”. Experiencia esta que no creemos se produzca en ningún caso, pues es dudoso que alguien vuelva una segunda vez, para comprobar que unas velas se han consumido tras haber estado encendidas durante muchas horas, o que unas fresas han iniciado su proceso de putrefacción,… ya que estas experiencias y otras de similar naturaleza la tenemos a diario, sin necesidad de desplazarnos a un lugar concreto.

Proclaman que la tesis de la exposición es lo efímero, que “es el indudable protagonista de la muestra: frente a lo permanente, lo duradero, frente a la obra de arte que se mantiene inerte. El hecho artístico a través de la magia del instante, de la poesía del presente”.

Enfática frase cuajada de apriorismos, como es titular de inerte a una obra de arte permanente. Uno se pregunta: ¿Quién se atreve de adjetivar de inerte al “Guernica” de Picasso, o al “Beso” de Rodin, pongamos por ejemplo, sino se vive en una burbuja defensiva? 

Y seguimos preguntándonos: ¿Dónde está la magia del instante? ¿Donde la poesía del presente? Desde luego, si esta magia y esta poesía existen, (y existen en un crepúsculo, en un trino de ruiseñor, en el capullo de una amapola abriéndose, etc., etc.), no se encuentran especialmente en las instalaciones de esta exposición: ¿Acaso encender y apagar una  bombilla cada cinco segundos en una habitación vacía ( Martin Creed)es mágico y poético? ¿De qué forma este espectáculo nos hace reflexionar sobre “la naturaleza misma de la obra de arte” según se nos dice? ¿Es acaso mágico y poético ver en el suelo de un cuarto en penumbra el reguero seco de agua entintada, que partiendo de un bloque de hielo situado en el centro de la habitación va a parar a un rincón del mismo (Kitty Grauss)? ¿De donde se deduce que con esta obra su autora “desactiva muchos de los preceptos del minimalismo”, cuando es minimalismo puro al haber despojado al agua tintada de lo que no le esencial, como es la congelación? ¿Dónde está la magia y la poesía en el cubículo con un zócalo pintado de chocolate fundido (Anya Gallaccio)? ¿Cómo puede un persona penetrar en los conceptos de transformación o de desintegración al ver esta obra o a unas velas encendidas derritiéndose? Lo hacen quienes han teorizado a partir de unos postulados con escaso fundamento racional, que son apriorismos e ideas preconcebidas, que resisten dificilmente a una seria crítica epistemológica.

Es cierto que encontramos algún placer estético y cierta poesía en instalaciones tales como “To here to ear” (Céleste Boursier), que es como la recreación de una enorme jaula disfrazada de jardín zen, donde 40 pájaros diamante revuelan y pían alrededor del visitante. O el gran tejido, tipo macramé, tendido en el hueco de una escalera, titulado “Down Time”, en donde se pudren o secan fresas, que algún día fueron rojas, contempladas por un cuervo o grajo disecado (Claire Morgan). Resulta original. O la instalación en que un piano medio quemado, rodeado de sillas está como atrapado por un entrecruzado de lías oscuras que van tensadas del techo al suelo, cuyo efecto óptico da como resultado una especie de jaula (Chiharu Shiota). O la denominada “La crypte”, que es como un desenterramiento arqueológico de la tumba de algún personaje maya o trasalteca (Michel Blazy). Pero es también cierto, que ningún otro estímulo ha conmovido a nuestro sistema sinestésico, como perece ser lo que los comisarios pretenden con esta muestra., como tampoco hemos tenido que apelar a la memoria, toda vez que lo efímero es algo inmediato, presente y permanente en nuestra cotidianidad vital.

Pudimos ver algunas simplezas, como un video con la explosión de un cohete casero (Roman Signer); otro video muy aburrido y de dudosa calidad en el que se puede contemplar a un varón tendido en el suelo, aguantando impertérrito un más que importante chirimiri neoyorquino (Andy Goldsworthy); o a una mesa de consejo, en la que, sobre los ordenadores portátiles abiertos en la misma, hacen crecer un elemento orgánico esponjoso de un brillante color fucsia (Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger), etc. Pudimos oír algunos ruidos, como un golpe seco sobre una tabla, que se repetía de forma periódica, así como otros sonidos.

En fin, “sic transit gloria mundi” y, como ya sabíamos, “tempus fugit”. Viejas verdades aprendidas de nuestros mayores, las que parece han intentado redescubrir los organizadores de esta “muestra de arte efímero" y que se hacen patentes a la clausura de la misma, ya que pronto su recuerdo se diluirá y desaparecerá sin dejar traza cultural alguna transmisible a las siguientes generaciones. 

 Dos preguntas finales: Primera, ¿Por qué pretenden convertir a los centros de arte en laboratorios de experimentación psicológica? Segunda, ¿Qué tiene que ver esto con el Arte?

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