Constituye
María Blanchard, (Santander 1881- París, 1932), un arquetipo del artista que
vive intensamente el París de los inicios del siglo XX, adscribiéndose a uno de
los movimientos pictóricos de las vanguardias transformadoras, que en ese
momento se viene desarrollando en el bohemio mundo de Montparnesse, donde
artistas de todos los lugares del mundo instalaron su residencia en humildes y
destartalados cuartos de alquiler y en cuyo seno la Blanchard supo insertarse y
hacerse un lugar,- a pesar de su deformación física congénita, que la acomplejaba-, en un ambiente donde dominaban
los hombres y las mujeres eran tenidas por artistas de segunda categoría,
solamente capaces de desarrollar un tipo de pintura decorativa y de orden
menor.
Sin
embargo Maria Blanchard triunfó, a pesar del entorno hostil que le rodeaba, ya
que el hecho de que una mujer pintase cubismo, era visto como una traición a su
propia naturaleza femenina, que, según el pensamiento dominante, la hacía
incapaz de concebir y desarrollar los conceptos y la disciplina de la
abstracción que implicaba el cubismo.
Recién
establecido este movimiento artístico por Braque y Picasso, -al que conoce
María-, otros artistas asumieron sus paradigmas y su lenguaje formal,
proporcionando una cubertura fáctica al proyecto, al que fortalecieron con una apoyatura
teórica con escritos tales como “Du Cubisme” de Albert Gleizer y Jean
Metzinger, compañeros ambos, en el mundo de la pintura, de nuestra compatriota Blanchard, con los que convivió en franca
amistad, así como con Juan Gris, del que tomará los conceptos de la “pureza” y
de la “arquitectura plana y coloreada” del “Cubismo de Cristal”, -como lo
denominó Cristopher Green-, y que ella plasma en sus lienzos con seguridad y
pasión que focaliza en el color y los contrastes lumínicos y en la búsqueda de estructuras ordenadoras
de sus composiciones.
Acogida
y amparada por el influyente marchante parisino Léonce Rosenberg, que creyó en
ella y le ayudó a conseguir el reconocimiento social, junto a sus compañeros y
amigos Metzinger, el escultor Lipchittz y Ribera, y a Delaunay, Marcussis,
Gleizes y otros, que transitan por derroteros paralelos, se construyó el rupturista
Cubismo, bautizado así por Louis Vauxcelles, como una corriente artística
articulada teórica y formalmente, que cambia para siempre la visión conceptual
de la pintura, cuya potencialidad la ha impulsado hasta nuestros días, en los
que encontramos artistas que se desenvuelven en el más puro lenguaje cubista, según
el canon que se estableció en su momento, y son innúmeros los que se expresan
de acuerdo con ciertas estructuras formales inmanentes al cubismo, pero
separadas del cardinal lenguaje formal del mismo.
La
exposición temporal, que se nos presenta, muestra el recorrido de
transformación conceptual que muchos de los pintores del momento, entre ellos
María Blanchard, inicialmente educados en el estilo de pintura naturalista, pasan luego a ser fervientes cubistas y que
finalmente sacudidos en sus espíritus y aun en sus cuerpos por los efectos de
la primera Gran Guerra, experimentan la necesidad vital y metafísica de “volver
al orden”, y, en ese periodo de entreguerras, retornan a la figuración, más o
menos realista, adoptando fórmulas y lenguajes que van desde el expresionismo
al clasicismo.
En
un primer módulo ,(1903-1913), se presentan obras de su periodo naturalista de
formación con Emilio Sala, Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito y, en su
primera etapa parisina, con Anglada Camarasa y Van Doghen, en el que se
presenta su exitoso cuadro, titulado “La comulgante”, retocado posteriormente,
(1921).
Viene
después el módulo central de la exposición, con una amplia e importante muestra
de obras de su etapa estrictamente cubista, (1913-1920) y termina con un tercer
bloque, (1919-1932), de obras representativas de su retorno a la figuración,
que se pueden insertar en lo que se viene denominando como Nueva Objetividad,
pero netamente incardinada en el cubismo, cuya arquitectura está presente en
las figuras, que reciben un tratamiento lumínico característico, resuelto en
manchas de colores contrastados, cuyo resultado es una vibración de luz y de
color, como si el foco lumínico estuviera situado en el interior de la figura,
que ya se encuentra en Cézanne, al que la Blanchard había estudiado en profundidad.
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