lunes, 15 de abril de 2013

072.04* ALWIN VAN DER LINDE. RETROSPECTIVA. CASA DE VACAS. Parque del Retiro. Madrid




Esta excelente sala de exposiciones del Ayuntamiento de Madrid acoge una selección de obras de los últimos treinta años del pintor holandés Alwin van der Linde, (La Haya, 1957), desde hace tiempo afincado en Madrid y en Montanchez (Badajoz), presentado por la Galería Ansorena, de cuya nómina de autores forma parte.

Desde la muy temprana edad de cinco años, recuerda el artista, ya mostró su determinación de ser pintor, que resultó, con el transcurso del tiempo, ser irrevocable: Con diecisiete años realiza su primera exposición, actividad que viene desarrollando, sin solución de continuidad, hasta la fecha, extendiendo su área de presencia desde Holanda, hasta China, pasando por Bélgica, Francia, Italia, Alemania y por supuesto España, y más esporádicamente por Japón y los Estados Unidos.

Nos presenta el artista en esta muestra, unos dibujos, de gran formato, a lápiz sobre lienzo, que demuestran un destacable dominio de la técnica y una ejecutoria irreprochable. Dibujos de gran belleza y lirismo, que imantan la atención, conmueven y  ponen de manifiesto las extraordinarias capacidades de las que está dotado este creador.

Alwin, como mejor se expresa es en cuadros de grandes dimensiones, normalmente sobre lienzo, usando la pintura al óleo como pigmento, pero sin eludir pintar sobre superficies metálicas onduladas y usar el aerógrafo como “pincel”.

Si hubiera que encuadrar al pintor en algún estilo, a Van der Linde le situaríamos dentro del hiperrealismo. Ahora bien, como el mismo artista explica “mis cuadros más recientes muestran un sutil abandono de la ‘realidad’ para adentrarme en un mundo, en el que lo real o visible trata de mostrar, al mismo tiempo, lo irreal y lo invisible”.

Y evidentemente es así, ya que su pintura se mueve en la frontera que separa lo que se cree de lo que se sospecha, actitud que supera los límites en los que normalmente se mueve la pintura hiperrealista que copia, en sentido estricto, lo que ve sin otra pretensión.

Al pintor le seducen los detalles de un todo: una parte de una rama, un trozo de un papel de aluminio arrugado, un pequeño rincón de una pradera, una esquina de unas rocas,…, con las que compone cuadros que mimetizan las líneas abstractas, sin dejar de ser perfectamente reconocibles los objetos representados.

Los cuadros de este artista atraen y despiertan emociones, con los  colores fríos con que son pintadas sus figuras, dentro de una atmósfera iluminada por la tenue luz del galicinio o del ocaso, entonando imágenes y fondos mediante su lene teñido con  un básico y difuso color violeta, que toma una importancia fundamental, como elemento armonizador, más allá de lo que de banal tendría su empleo en pinceladas concretas, y que da calor a la frialdad esencial, que emana de los colores empleados.

Coincidimos con el artista, (quién nos sigue lo sabe), cuando dice: “Plasmar la no-realidad con el detalle y la apariencia de lo real lleva la atención al terreno de los sueños y de este modo nos conectamos de nuevo con nuestra esencia de seres misteriosos”. De esta forma, cuando la técnica es considerada solamente como un instrumento al servicio del espíritu y dado que la realidad es insondable, nunca puede haber dos cuadros figurativos iguales, aunque el modelo sea el mismo. Este es el caso.

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