miércoles, 15 de mayo de 2013

075.05** HIPERREALISMO 1967 - 2012 MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA. Paseo del Prado, 8. Madrid.





Escribió la pintora Georgia O’Keeffe: “Nada es menos real que el realismo. Los detalles son desconcertantes. Solo por medio de la elección, la omisión y la acentuación avanzaremos hacia el verdadero significado de las cosas”.


Esta manipulación de la realidad, para plasmar su mímesis sobre el cuadro, se hace patente en las obras de los hiperrealistas y, más concretamente, de los fotorrealistas, que parten de la “realidad indirecta”, que la cámara fotográfica ha captado, tras haber elegido el plano, sobre el que el pintor-fotógrafo focalizó el objetivo, antes de abrir el obturador.

Realidad indirecta que posteriormente llevará al lienzo mediante distintas técnicas de tramas, cuadrículas, proyecciones o transferencias, en formatos generalmente de gran tamaño, usando el pincel o el aerógrafo, el óleo, el acrílico o el Dupont Cromax-AT, sobre lienzo, tabla o superficie de aluminio, pero siempre realizadas a través de un proceso creativo completamente opuesto a la inmediatez de la instantánea fotográfica, si bien el lenguaje final nos causa el efecto ilusorio de estar contemplando una fotografía, equivalente a un trampantojo sustitutivo de la realidad que creemos percibir.

Sobre estas premisas es preciso ver, analizar y juzgar las obras de los fotorrealistas, que presenta la muestra “Hiperrealismo 1967-2012” y que nos expone obras de los más señalados autores de las tres generaciones de fotorrealistas, computadas hasta el más rabioso presente.

Iniciándose la década de los sesenta, en la costa de la californiana San Francisco, Robert Bechtle (1932), pinta los primeros cuadros fotorrealistas, en los que describe calles bañadas de sol, sin personalidad especial, de los barrios residenciales. Simultáneamente en Nueva York, Richad Estes, pinta paisajes urbanos y sus famosos escaparates, con sus reflejos, que causan tal impacto, que por un largo tiempo, a los fotorrealistas se les vino a motejar de “pintores de escaparates”. De este pintor es la frase: “No creo que, en cuestiones de realismo,  la fotografía sea la última palabra”, pues, en efecto, el objetivo de Estes es la reproducción de una “realidad ideal”, que muestre configuraciones que se puedan interiorizar y contengan más elementos comunes con nuestra realidad subjetiva, que una reproducción exacta de lo observado y plasmado en la fotografía.

La búsqueda de esta realidad ideal queda confirmada en los cuadros de máquinas expendedoras de chicles de Charles Bell, quien dice: “mis cuadros parecen reales pero se trata de una realidad subjetiva”, o en las carrocerías reflectantes del Volkswagen “Escarabajo” de  Don Eddy, o en los detalles de motos de Audrey Flack, por otra parte, la única mujer de este grupo de pintores.

En general todos estos pintores están influenciados, no solo por la estética del “Pop Art”, sino también por su empeño de representar lo cotidiano, incluso lo trivial, de la vida del americano medio.

De esta generación es el pintor Chuck Close y sus aplaudidos retratos de gran tamaño de amigos y familiares e incluso sus propios autorretratos, que no están representados en esta muestra, pero si dos autorretratos de mediano tamaño, expresados en un lenguaje puntillista o pixelado, que se aleja del fotorrealismo, tal y como lo estamos describiendo.

La técnica fotorrealista, en las décadas de los ochenta y noventa, sale de los Estados Unidos y se internacionaliza, al tiempo que se beneficia de los avances tecnológicos, al incorporar a sus equipos las cámaras digitales, que permiten dotar a sus obras de un superior detallismo y una mayor nitidez. De otro lado, la escasa presencia de la figura humana, muy frecuente en la temática del fotorrealismo, que incluso la elimina, aumenta la impresión de frialdad y distanciamiento común a este estilo y que es uno de los factores emocionales que más impactan en el ánimo del observador.

Todo lo dicho se acentúa en la generación presente, ya que las actuales cámaras digitales aportan más información, transferible al lienzo, en lo concerniente a nitidez de los contornos y la alta definición de colores y matices, de manera tal que la imagen plasmada en el cuadro viene a tomar le categoría de “hiperreal”, ya que supera en realismo a lo que, la simple vista humana, puede captar del objeto real representado.

Así como Chuck Close se vanagloria de no usar los ordenadores para la realización de sus cuadros, Ben Johnson, interesado, como tantos otros actuales, por las arquitecturas, realiza posteriormente dibujos con ayuda del ordenador, muestra evidente de los cambios y progresos que el estilo viene experimentando.

Solo el tiempo nos dirá hasta donde nos llevará esta corriente pictórica, realmente impactante, que fascina al público, al tiempo que va ganando adeptos entre las nuevas generaciones de artistas, que abandonan convencionalismos y lugares comunes, basados en teorías ya periclitadas, proclamadas y defendidas sólo por reducidas élites, que se amparan en ellas, para mantener un poder fáctico sobre un mercado cautivo y a unos fáciles accesos a dineros institucionales.

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