miércoles, 15 de mayo de 2013

074.05* MARIANO BENLLIURE EL DOMINIO DE LA MATERIA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO. Alcalá, 13. Madrid.





Es evidente que tanto Mariano Benlliure, ( Valencia, 1862- Madrid, 1947), como su inmensa obra, -más de cuatro mil, incluyendo apuntes, dibujos, acuarelas y óleos-, son sobradamente conocidos, y mucho más por los residentes y visitantes de la capital de España. Sin embargo, girar una visita a esta extraordinaria exposición, se hace obligatorio, no sólo por llegar a desentrañar la esencia y el alma del arte de este inconmensurable escultor, sino también para extasiarse y emocionarse con la obra expuesta, -veintiséis de ellas por primera vez en España-, y contemplarla apaciblemente, a corta distancia, embelesándose con los detalles, el movimiento de las figuras, la suntuosidad de las formas y de los volúmenes y quedarse  absorto contemplando “tête-à-tête” los impresionantes bustos de de distintas personalidades, tanto históricas, como coetáneas con él.


De los bustos expuestos no renunciamos a destacar, -los dos en bronce-, el suyo propio, por su modernidad, y el del procer de las finanzas D. Ignacio Bauer,  por la magnificencia del gesto y la hondura de su mirada: todo su semblante parece que va arrancar a hablarnos en ese instante, con voz solemne y pausada. Realmente impresionante.

¡Ah, las miradas de los rostros! Benlliure ideó y practicó un método propio de vaciado, tanto en el modelado, como en la piedra y mármol, con el que logra imitar la transparencia y coloración de la pupila humana y del iris, con lo que las miradas de sus figuras adquieren una hondura y viveza, que impresionan.

Su solercia natural,- pues solamente el tocado por una especial gracia puede ser capaz de lograr tanta perfección-, su vocación descubierta desde la niñez, su trabajo tenaz y constante, así como su afán por la excelencia, hicieron posible que cada obra salida de sus manos, no desmereciese de la anterior, y sí, por el contrario, supusiese un nuevo ascenso hacia lo sublime.

Toda obra, vaciada y fundida en bronce, aunque fuera réplica de un mismo modelo en barro, era distinta de la anterior y de la subsiguiente, pues el artista estaba presente en el proceso de fundición y retocaba los moldes, los modelos en cera y hasta las figuras terminadas en bronce, dando a cada una de ellas un particular detalle de identificación singular. Qué decir entonces de las réplicas en piedra, mármol o madera: No hay dos iguales, pues en cada una introduce elementos claramente diferenciadores. Puro perfeccionismo.

Así las cosas, cabe preguntarse: ¿Por qué, entonces,  el nombre de Rodin se sobrepone al de Benlliure, de manera tal que casi lo oscurece en el imaginario colectivo? ¿Acaso el mármol del “Idilio” y el bronce de la chimenea del “Infierno” de Benlliure, desdice un ápice del “Beso” y de las “Puertas del Infierno” de Rodin? Hay que contestar que no, de forma que este hecho de fama desigual solamente es explicable dada la enorme influencia, que, por entonces, iba acumulando París, como centro mundial del arte nuevo, donde se estaban levantado los cimientos de unas innovadoras concepciones del arte, con el naturalismo y el impresionismo como arietes, que venían a romper viejos cánones y esquemas.

De otra parte Benlliure es veinte años más joven que Rodin, lo que sin duda influyó para que, su modernidad en la concepción y ejecución de la obra escultórica, pudiese ser interpretada como una réplica mimética de los avances conceptuales alcanzados anteriormente por el artista francés.

Sea como fuere, lo que es indubitable es que Mariano Benlliure es una figura estelar de la escultura mundial y, como tal, fue reconocido en su época y así debe serlo hoy y en el futuro.

Conviene pararse a recrearse con sus acuarelas, normalmente ejecutadas como bocetos de grupos escultóricos, con las que acompañaba las presentaciones de sus proyectos: la exactitud y ligereza de sus dibujos y el magistral uso de los colores, así como su sentido plástico de los volúmenes hacen de estas obras arquetipos de difícil imitación. Hay que verlas con detenimiento y emocionarse, porque son una apelación al corazón.

Esta exposición, en fin, constituye un epítome de la monumental obra de Mariano Benlliure, artista que se gozó en el dominio de la materia, para, a su través, descubrirnos la belleza y la poesía.

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