domingo, 13 de octubre de 2013

085.10* JESÚS MANSÉ. MARINAS. ANSORENA GALERÍA DE ARTE. Alcalá, 52. Madrid





“Hay una huella indeleble y otra efímera en la fluctuación de las mareas. Un ojo atento debería permanecer apostado miles de años ante un metro de costa para apreciar un pequeño cambio; ese mismo ojo precisaría del mismo grado de atención para retener en la memoria el dibujo que la espuma improvisa en la arena y que permanece solo un instante”,  reflexiona Jesús Mansé, (n.p.Jesús María Cormán,San Sebastián, 1966), que se toma como reto, en cada marina, fijar y captar ambas realidades en unas trazas que muestran, en su sincronía, la enorme fuerza emocional que contienen.


Jesús Mansé fundamenta su pictórica en los mismos principios en que la basaron los macchiaioli toscanos y los  impresionistas franceses, pues aunque no está tan interesado, como ellos, en la expresión  de la luz y, consiguientemente, del color, como nervadura y energía trocales de la pintura, , sin embargo le seduce lo cambiante de los paisajes y del mar con el transcurso del tiempo, para perseguir captar las variaciones lumínicas y ambientales, que se dan en distintos momentos, y así trasladarlas al espectador en un  proceso analítico y creador, similar al que Claude Monet desarrolló.

De otra parte, en su técnica se descubren las composiciones por planos de color y la naturalidad del instante, propia del paradigma  impresionista, si bien ejecutado todo con un inconfundible y personal estilo, transfundido de su interés por captar aquellos aspectos que actúan directamente en su ánimo, como observador de la realidad. De esta forma sus cuadros son el resultado de un escrupuloso proceso creativo y de una segura y cuidada ejecución, fundados ambos en una consistente convicción en sus principios pictóricos y en unas cualidades artísticas innegables.

La contemplación de esos trozos de mar vistos desde las playas, que el pintor representa en sus óleos sobre lienzo, crea un cierto vértigo, que obliga al observador a penetrar en el cuadro y gozar de las emociones que el artista trasmite mediante un sabio empleo de puntos de fuga en donde el dibujo y el color convergen, dando al cuadro la ilusión cinética que la perspectiva induce, y que no se pierde ni cuando la niebla cubre una parte del paisaje.


Por encima, en sus cuadros sobrevuela una honda diégesis lírica, basada en la soledad por la lejanía de vida humana, pero no así de sus vestigios, que insertos en el paisaje no lo modifican y por el contrario le dan una nueva valoración, en la que ”la melancolía juega un papel fundamental: los arrastra al terreno del pensamiento para convertirlos en un silencio profundamente vivo, para acentuar lo sublime de esa lejanía”, como el autor confiesa, descubriéndonos su poética.

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