lunes, 30 de diciembre de 2013

091 12* PEPE CARAZO. INFINITO. ANGELES PENCHE GALERÍA DE ARTE. Monte Esquinza, 11. Madrid





José Carazo Lucas, (Burgos, 1955), es pintor de larga trayectoria, pues inició su actividad artística a la temprana edad de los dieciocho años, apenas abandonada la adolescencia. Desde entonces, en una tenaz y vocacional carrera, no ha cejado de crear y exponer, siempre despertando interés y sorpresa en el observador de su obra.
Pepe Carazo, -que es como él quiere ser conocido-, atesora un no menos largo recorrido estilístico, que ha acabado por convertirse en signo de su identidad, o quizá sea más exacto decir, que su identidad genésica, su esencia de creador intuitivo, le ha conducido y conduce compulsivamente, aunque con serenidad de ánimo y criterio atemperado, a una permanente  experimentación  expresiva, apuntalado en las distintas opciones, ya desveladas, que se ofrecen a todo artista de la posmodernidad y que conoce, como realidad formativa y vivencial.

Comenzó su carrera artística como acuarelista y, en pocos años, consiguió un alto prestigio corroborado por premios y galardones de distintas instituciones.

La acuarela de Carazo se sustenta sobre un dibujo firme, pero tan solo insinuante, donde las formas quedan finalmente definidas por los toques maestros de color, limpios, pero en tonalidades apagadas, definitorias de esa poética melancólica, que, la obra de este artista, en todo su recorrido, destila e infunde

Cubierta, en su sentir, esta etapa expresiva, investigó y comenzó a trabajar con el óleo y el acrílico, si bien manteniendo una expresión figurativa muy semejante, mutatis mutandis, a la de su producción en aguada.

Son cuadros, en general de pequeño formato, en los que, siguiendo una “progresión afortunada”, según expresión de José Pérez-Guerra, en su vocacional diégesis pictórica, aborda la creación, en un estilo claramente expresionista, de unos emocionantes y subjetivos retratos de ciudades, por él visitadas y vividas, de los que emana una ensoñación ilusoria, que se trasfunde al observador.

Los colores azules, en tonos oscuros y grises de los edificios y cielos, -como si en el galicinio hubieran sido pintados-, quedan iluminados con tenues toques de colores claros, que completan la perspectiva volumétrica de las casas y la composición formal de los cuadros. Fue, en nuestro sentir, una etapa especialmente fértil y feraz de este pintor.

Como si la iniciación del nuevo siglo hubiera despertado en el artista un nuevo registro de su sensibilidad creativa, Carazo realiza varias series en un estilo, abierta y decididamente, abstracto, dentro de una corriente expresiva de la que el gran maestro Rafael Canogar es, sin duda, uno de sus principales exponentes.

Son tiempos en los que el artista ha iniciado una estrecha convivencia simbiótica con poetas, -Diego Valverde, Tino Barriuso, Oscar Esquivias,…-, de la que ambos universos sacan provecho, ya que sólo desde lo esencial de la poesía se puede abordar el mundo plástico del subjetivismo abstracto, así como solamente el alma del poeta puede poseer la hermenéutica precisa para descifrar y con su palabra revelar la intencionalidad mistérica, que el pintor quiere manifestar en su obra.

Profundizando en sus fascinaciones abstractas, Carazo abandona después las formas más o menos geométricas, para pasar a expresar sus emociones haciéndolas visuales en manchas de colores claros y luminosos, -dentro de una formulación expresiva en la que Fernando Zóbel representa uno de sus hitos principales-, tras la que parecen percibirse figuras escondidas, totalmente delusorias, que pueden ser, sin embargo, interpretadas por el que las contempla.

Llegamos así a la colección que el artista presenta en la solvente galería de arte de Ángeles Penche, bajo la denominación de “Infinito”.

Compuesta, en general, por cuadros de gran y medio tamaño, que recogen imágenes de paisajes, que expresan y trasladan al ánimo la sensación pequeñez del humano ante el inabarcable poder de la naturaleza, que se hace especialmente sensible, cuando el hombre se sitúa ante una cadena de montañas y peñas, que se difuminan sus cumbreras entre el cielo y la niebla, o ante un mar de agua verde que se extiende más allá del promontorio rocoso, o del collado que abre la puerta del sendero, que nos conduce al campanario.

Cuadros con una figuración explícita y definida,  en los que el artista sincretiza todos los saberes y descubrimientos que ha acumulado en su ya largo recorrido estilístico, presentando las obras una gran coherencia y una  atractiva y personal estética, como corresponde a la ejecutoria de este pintor burgalés, que ha abordado y resuelto con  talento y brillantez el arriesgado y difícil desafío, que pintar paisaje comporta.

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