lunes, 21 de julio de 2014

105.07* JOAQUÍN ESQUER. CURVATURAS. DAVID BADÍA GALERÍA DE ARTE. Villanueva, 40. Madrid




Las esculturas de Joaquín Esquer, (Madrid, 1966), se disuelven en el aire, permaneciendo fijas en él, como el trazo de la brasa del tizón movido en la obscuridad buscando la fascinación del delusorio dibujo, o como la cinta que delinea etéreos rizos y espirales agitada por las manos de la grácil gimnasta, o la secuencia de bucles que, recogidos en tirabuzones, adornan el peinado y la cara de la mujer que los luce.


Otras veces, interpretan objetos que mimetizan al bonsái japonés o cualquier otro elemento figurativo que el artista va descubriendo en su quehacer creador, pues, como él mismo explica “cada pieza revela un trabajo concreto y una experiencia distinta”, en un proceso heurístico e irrepetible, que hace que cada escultura suya sea obra original y única.

Haciendo un esfuerzo de reducción conceptual, podríamos situar la obra de este escultor dentro del territorio del abstracto. Pero de inmediato habremos de matizar, que sus obras no se limitan a ser una exaltación unívoca de la forma, el volumen y el espacio; no son solamente expresión formal de equilibrio eurítmico y físico, de la armonía entre luces y sombras y, en su caso, del color, sino que también se caracterizan por el poder evocador, que cada pieza posee.

Y es que, las esculturas de este artista tienen la virtualidad de provocar sensaciones, que impactan a los distintos observadores con diferentes emociones, según sus personales disposiciones preceptivas. Las obras de Joaquín Esquer hacen pensar.

Su obra, de otra parte, es genuina y presenta una homogeneidad formal muy consistente. Así como Martín Chirino se movió alrededor de la espiral, como leitmotiv, o Aitor Urdangarín garabatea en el aire con gruesos filamentos de acero inoxidable, Joaquín Esquer emplea el hierro, como materia moldeable en la forja, para transmitir a sus obras una gran fuerza, con lo que, al añadir tensión y movimiento, consigue que, a pesar de su dureza y frialdad, se traslade al espectador una sensación de ligereza y, a la vez, de rotundidad, según sus propias palabras.

El mismo Esquer confiesa que su obra procede de un arduo, largo y ordenado trabajo en orden a definir con claridad lo que se hace, buscando cada vez más lo que se quiere hacer.

Y eso se nota en el acabado de las piezas, las que, a pesar de lo pesado del material empleado, presentan una ligereza visual, que procede del sutil juego de líneas y espacios, que el artista gestiona de forma sobresaliente.



Las esculturas de Joaquín Esquer, (Madrid, 1966), se disuelven en el aire, permaneciendo fijas en él, como el trazo de la brasa del tizón movido en la obscuridad buscando la fascinación del delusorio dibujo, o como la cinta que delinea etéreos rizos y espirales agitada por las manos de la grácil gimnasta, o la secuencia de bucles que, recogidos en tirabuzones, adornan el peinado y la cara de la mujer que los luce.

Otras veces, interpretan objetos que mimetizan al bonsái japonés o cualquier otro elemento figurativo que el artista va descubriendo en su quehacer creador, pues, como él mismo explica “cada pieza revela un trabajo concreto y una experiencia distinta”, en un proceso heurístico e irrepetible, que hace que cada escultura suya sea obra original y única.

Haciendo un esfuerzo de reducción conceptual, podríamos situar la obra de este escultor dentro del territorio del abstracto. Pero de inmediato habremos de matizar, que sus obras no se limitan a ser una exaltación unívoca de la forma, el volumen y el espacio; no son solamente expresión formal de equilibrio eurítmico y físico, de la armonía entre luces y sombras y, en su caso, del color, sino que también se caracterizan por el poder evocador, que cada pieza posee.

Y es que, las esculturas de este artista tienen la virtualidad de provocar sensaciones, que impactan a los distintos observadores con diferentes emociones, según sus personales disposiciones preceptivas. Las obras de Joaquín Esquer hacen pensar.

Su obra, de otra parte, es genuina y presenta una homogeneidad formal muy consistente. Así como Martín Chirino se movió alrededor de la espiral, como leitmotiv, o Aitor Urdangarín garabatea en el aire con gruesos filamentos de acero inoxidable, Joaquín Esquer emplea el hierro, como materia moldeable en la forja, para transmitir a sus obras una gran fuerza, con lo que, al añadir tensión y movimiento, consigue que, a pesar de su dureza y frialdad, se traslade al espectador una sensación de ligereza y, a la vez, de rotundidad, según sus propias palabras.

El mismo Esquer confiesa que su obra procede de un arduo, largo y ordenado trabajo en orden a definir con claridad lo que se hace, buscando cada vez más lo que se quiere hacer.


Y eso se nota en el acabado de las piezas, las que, a pesar de lo pesado del material empleado, presentan una ligereza visual, que procede del sutil juego de líneas y espacios, que el artista gestiona de forma sobresaliente.

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