jueves, 11 de febrero de 2016

138.12* RAFAEL BOTÍ. HOMENAJE DEL ATENEO DE MADRID EN EL XX ANIVERSARIO DE SU MUERTE. SALA DEL PRADO DEL ATENEO DE MADRID. Prado, 19. Madrid.



Rafael Botí Gaitán, nació en Córdoba el 8 de agosto del año 1900 y murió en Madrid con noventa y cinco años. En 1917 se traslada a Madrid, ingresando en la Escuela de Bellas Artes  de San Fernando y en el Real Conservatorio Superior de Música. Estudió con Julio Romero de Torres y a poco, 1919, conoció al maestro Vázquez Díaz, al que desde entonces quedó muy unido por lazos de amistad y admiración.


En ese mismo año, mediante oposición, pasa a formar parte de la Orquesta Filarmónica de Madrid, como profesor de viola, lo que configura, desde su primera juventud y de forma indeleble un alma de humano Jano bifronte, que imprimirá carácter a su actividad heurística como artista.

Ha sido, precisamente, el maestro Odón Alonso, un músico, quien ha manifestado las dos notas singulares de la humana calidad de Botí: su talento como artista y su modestia, como estilo personal de comportamiento. Y también  el que ha puesto en evidencia cuatro de las características de la pintura de Rafael Boti, a la que conceptúa como pura, directa, clara y luminosa. Cualidades que todos los que se han ocupado de ella reconocen sin excepción. Como asimismo la virtud de su modestia, ha sido igualmente admirada de forma unánime.

La relación vincular y visceral entre música y pintura, que se dan en el artista, es ratificada por Vázquez Díaz, quién, en una nota firmada y manuscrita por él dice, hablando de su discípulo, que “Botí pinta musicando el paisaje”.

En este mismo manuscrito, Vázquez Díaz entra a definir y enjuiciar la pintura del artista, desde su autoridad y maestría, con estas palabras: “La sensibilidad de Rafael Botí, gusta de los colores limpios en armonías claras y diáfanas, de luces perladas, colores y matices delicados de resoles febriles”. Y más adelante “Yo lo incluyo en la familia de los Nabís, de la escuela francesa llamados iluminados, expresiones puras de la pintura por la alegría de pintar”, lo que se confirma al observar la pintura de Bonnard, pongamos por caso.

E insiste, el maestro, en el estilo de vida  retraída sobre sí mismo de Botí, señalando que “vive una vida  de silencio, lejos de buscar renombre vive entregado al goce íntimo de la creación de una obra inyectada de sueños y palpitaciones de su alma delicada y sencilla”. Consideración claramente confirmada por los hechos

Calvo Serraller, escribió matizando más cumplidamente el estilo de Botí, haciendo un análisis comparado del mismo, señalando cómo Botí: “Comienza a pintar con un estilo impresionista, que abandona tras su viaje a París. Desde entonces asimila en su pintura ciertas notas del cubismo y del color matissiano, que permanecerá a lo largo de toda su trayectoria”. Parecer que confirman las obras expuestas en esta antológica.

Y Mario Antolín Paz, el desaparecido promotor y crítico de arte, profundiza en ello considerando como: “La pintura de Rafael Botí experimentó, a lo largo de su vida, una constante, estremecida y coherente evolución. Pintura de tenues vibraciones, trenzada de ritmos ambientales, que se recrea en la configuración de las formas de un modo subjetivo y objetivo a la vez” y emite a su vez el siguiente juicio exegético sobre la obra de Botí: ”Si escarbamos en los antecedentes de su pintura no nos resultará difícil encontrar resonancias de la vanguardias de París, del colorido de Regoyos, de la estilización de Vázquez Díaz o de la aparente inocencia de Rousseau, asimiladas por su indiscutible personalidad”.

En este orden de cosas, es imprescindible traer a colación y resaltar el singular y agudo juicio crítico que el por muchos años decano de los críticos de arte españoles, Antonio Cobos, emitió sobre Botí, al que definió como: “El más ‘adelantado’ de los pintores ‘adelantados’ de la modernidad española” y lo justificó con gran perspicacia, haciendo notar que: “La modernidad no le advino a la pintura de Rafael Botí por el camino de las influencias parisienses, cuales fueron los casos de Iturrino, Darío de Regoyos, María Blanchard, Isidro Nonell, Ramón Casas y Pablo Picasso, sino que fue en él congénita o surgió por generación espontánea, aunque es muy posible que la modernidad de su lenguaje pictórico tomase más cuerpo al hermanarse con el feroz modernismo independiente de Daniel Vázquez Díaz”.

“Porque siempre canta un pájaro en sus lienzos”,  escribió  Pepe Caballero, pintor-poeta para su amigo Botí. Verso éste que se ha hecho como un lema, como un mote, como un epigrama, como una inmanencia de la pintura y del arte de Rafael Botí.


Conocer por tanto la obra de este artista es de obligado cumplimiento, para todo aquel que quiera conocer en extensión y profundidad el granado y profuso devenir de la pintura en España, durante el pasado siglo, cuya valoración y reconocimiento está lejos de haberse hecho en plenitud, pues la  nómina de artistas fue prolífica y la cosecha ubérrima, pero, ¡ay!, en gran parte desconocida.

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