miércoles, 11 de mayo de 2016

146.04* ANNABEL ANDREWS. EL CALEIDOSCOPIO DE LA NATURALEZA. GALERÍA DE ARTE KREISLER. Hermosilla, 8. Madrid



Al tratar de hacer visible y plástico lo invisible, el artista postmoderno se encuentra en sendas encrucijadas, tanto metafísica como práctica, sometido a un sinfín de dudas que le condicionan psicológicamente, viéndose obligado a emplear al máximo todas sus capacidades de resiliencia, convicción y aptitud visionaria.


Porque tras la “muerte del arte”, en la post-vanguardia, el arte, en cada artista, renace ahora de sus propias cenizas, en alumbramientos que encauzan,  por distintos canales, las experiencias anteriores, las represan después y, con energía renovada,  las dejan salir mixturadas por los portones de su creatividad, pero siempre acosados por la sospecha de plagio o de remedo y el  inevitable encuentro con la paronomasia estilística.

Encontrar nuevas formas expresivas en el territorio del informalismo abstracto, presupone, de una parte, tener un muy amplio conocimiento de lo mucho que ya ha sido dicho por los creadores precedentes; de otra, estar dotado de una inteligencia suficiente, que permita allanar temores  y, por último, poseer una gran solercia natural y una capacitación notables para el ejercicio de las artes.

Que las mentes del humano son tributarias de lo visible, audible y tangible, y más hoy cuando desde la cuna a la sepultura la humanidad urbanita está sometida a la esclavitud del audiovisual, es algo irrefutable. Por lo que el acto creativo del artista estará notablemente influido por sus vivencias, físicas y emocionales, en las que pastarán las ideas a las que su imaginación dé vida. Posteriormente y en acto consciente y volitivo el artista las materializará en su obra plástica y sensible.

Todo lo dicho acola con una descripción de la actitud creadora de Annabel Andrews ante el hecho artístico: Con formación académica, estudiosa e  impulsada por una irresistible vocación artística decide aceptar el reto que su inquietud intelectual le propone.

Como re-descubridora del color, ha seguido la senda de la destrucción de la forma dibujada, concretando su pintura en manchas que excluyen al trazo, expresiones que inicialmente fueron exploradas por Mondrian, I.Klein, Rothko y J.Albers, pero basando Andrews sus creaciones en la visión y experiencia directas del paisaje natural que la circunda desde comienzos de los noventa, en que fijó su residencia en San Lorenzo de El Escorial e impresionada por el entorno rural y amando profundamente la naturaleza volvió a pintar paisajes coloristas interpretados a través de sus sentimientos personales y remodelados por la memoria visual, según las propias palabras de la artista.


Percibe las formas en el paisaje, como si fueran entidades globales que mimetiza en el lienzo “creando ritmos y composiciones, empleando formas aleatorias, para construir ecos del mundo natural”, según la artista manifiesta. El resultado final es una colección homogénea y coherente, interesante desde el punto de vista artístico, que nos introduce en un mundo de emociones,  fundiendo lo imaginario y lo real en el cuadro.

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