lunes, 29 de enero de 2018

174.01*. ISABEL VILLAR . PINTURAS 1970 - 2017. GALERÍA FERNÁDEZ-BRASO. Villanueva, 30. Madrid



Nacida en Salamanca, (1934), ésta reconocida artista tuvo clara, desde edad muy temprana, cuál era su vocación: Ser pintora y más concretamente, ser una mujer pintora y pintar como mujer.

Y esto es importante, porque esta voluntad resiliente, queda indudablemente reflejada en su obra, en donde la figura de la mujer toma un valor preeminente y permanente y su estilo unas características muy personales y buscádamente femeninas. 

Como dice Alberto Anaut en el catálogo de la exposición “Isabel supo que quería pintar de otra manera. Pintar como mujer. Igual esto, cuando han pasado 60 años, suena extraño, pero entonces era toda una rebeldía”.

A esto solo una matización, ya que en la actualidad, cuando los arquitectos de los pensamientos feminista y homófilo, en una pretensión radicalmente igualitaria, predican el sexo único a través de una doble hibridación psicológica y sociológica de los dos sexos en uno indefinido, resulta mucho más complicado y arriesgado defender lo femenino y la feminidad, como valores autónomos e independientes de lo masculino, ya que estas corrientes de pensamiento han conseguido que palabras identificadoras de lo femenino, como es poetisa, caigan en desuso al ser sustituidas por la palabra tradicionalmente asignada al varón, como es en este caso la de poeta.

Se dedicó Isabel a la pintura con pasión y perseverancia a partir del año 1970, tras un periodo de reflexión y maduración de las ideas y en cierto modo obligada por distintos avatares familiares, -que incluyen la maternidad-, algunos años después de su graduación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando madrileña.

Una parte de la crítica considera su pintura, incluida dentro del estilo naif. Pero otra parte, habida cuenta no sólo de su solercia en la técnica, pero además y por encima de todo por su intencionalidad heurística de crítica social, que presentan  sus obras, excluyen a su pintura del territorio propiamente naif.

Por encima de este debate, cuya síntesis-conclusión es posible que sea la aplicación de la “virtus est in medio”, lo cierto es que el estilo de esta artista está definido por unos rasgos personales de corte ingenuista, que se insertan en gran parte, dentro de aquellas características con que se define al arte naif.

Sin embargo, la artista le confesaba a Juan Antonio Vallejo-Nájera en el catálogo de una exposición de 1974 , “Nunca he pretendido ser naif, en realidad fue para mí una sorpresa verme catalogada así, (recoge Alberto Anaut en el catálogo de esta exposición), lo que sin duda pone de manifiesto que la finalidad teleológica que persigue en sus producciones, es otra más compleja que la más simplista achacable al pintor puramente naif, que persigue objetivos más esteticistas.

Las obras de Isabel Villar presentan una gran complejidad formal: Detallista, con repetición reiterativa y prolija de formas y elementos decorativos, que son a sus pinturas como los adjetivos lo son a las oraciones gramaticales: sin ellos la frase completa, -el cuadro-, pierde  poder comunicativo y onomasiológico.

Por ello sus cuadros requieren de una mirada cercana, escrutadora, que permita captar los detalles que dan valor significante al total de la obra, sin que sea necesaria hermenéutica alguna para su total comprensión. Basta con dejarse llevar por las emociones y por aquellos recuerdos atávicos, sencillos, delicados, inocentes e íntimos.

En sus cuadros la mujer es motivo central permanente. Mujeres vestidas y desnudas, éstas liberadas de pasiones, vírgenes e inmaculadas, aún las embarazadas, estando o yaciendo en edenes y praderas de engañosa sencillez, pero de complejo entramado y de un contundente colorido, en el que abundan los verdes, acompañados por pequeños y repetitivos detalle de amarillos dorados, que, como escribiera Vicente Aguilera Cerni, “a fuerza de hallarse abarrotados, repletos de una lujuriante proliferación sólo parece tener presente, sin pasado ni futuro”.

Este permanente presente, que define la eternidad, se consolida en la globalidad de la obra de Isabel Villar: inmutable y permanente en el tiempo en la materialidad formal de sus contenidos, pero ganando consistencia en pincelada y definición hiperrealista y, sobre todo en  intencionalidad crítica e irónica y una cierta paronomasia con lo camp.





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